El ciclo estacional en Cuadros. El trabajo y la fiesta

El ciclo estacional en Cuadros. El trabajo y la fiesta

Las fiestas y ferias populares son una de las más ricas manifestaciones del patrimonio cultural inmaterial de un municipio. Cada fiesta refleja, como pocos elementos, los ritos y creencias de cada comunidad, adaptadas a las vivencias de las gentes que las han perpetuado en el tiempo. En ellas adquieren pleno significado el pendón del pueblo, símbolo de su identidad, los repiques de campanas o los ramos que, poco a poco, recuperan su papel de ofrenda perdido hace años.

Las fiestas han significado un momento de descanso, de ruptura de la cotidianeidad del trabajo. En comunidades eminentemente rurales como las que integran los pueblos del municipio de Cuadros, la fiesta marcaba un hito en el año, que se repetía de forma cíclica. Un año marcado por el ciclo agrario en el que las estaciones definían la sucesión de los trabajos del campo:

Invierno

El invierno era tiempo de preparar las tierras de la vega y de podar los frutales, de limpiar las fincas y hacer regueros en los prados. Y sobre todo era tiempo de reparar las sebes. Las ovejas estaban en plena paridera y se buscaba la protección de santos como san Martín (11 de noviembre), cuando se mata el gocho, y san Antón (17 de enero), el patrón de los animales. La Navidad siempre se ha celebrado, aunque no como ahora. Entonces no había regalos y el dulce de membrillo, unas pastas de manteca o unas sabrosas castañas aderezaban la comida de fiesta.

El Carnaval era tiempo de alegría y alboroto, y de hacer todo aquello que estaba vedado el resto del año. Y aunque hubiera disfraces, muchas cosas estaban prohibidas, como taparse la cara… No faltaban en las casas los frijuelos y las apreciadas orejas de carnaval, que hacían las delicias de los más pequeños.

Primavera

Ya entrado marzo, se podaban las viñas y se preparaban las cepas, cavando a su alrededor, lo que anunciaba la llegada de la primavera, cuando las gallinas empezaban a poner más huevos y a criar pollitos. La primavera, siempre ha estado marcada por la explosión de vida; era y es tiempo de rogativas, como la de Camposagrado, el segundo domingo de junio, para pedir la intercesión de la divinidad contra el mal tiempo y la sequía, la protección de las cosechas y los ganados. La Semana Santa era momento de recogimiento, con sus ritos, como el oficio de tinieblas o las procesiones alumbradas por antorchas; y la Pascua de Resurrección día grande en el culto cristiano. El lunes de Pascuina, el lunes siguiente a Pascua, era tradición subir andando a Camposagrado, con el pendón y, con gentes de los pueblos de toda la comarca se celebraba misa en la ermita.

Fiesta destacada era San Isidro (15 de mayo), cuando los mozos corrían la rosca y se bendecían las tierras. Después, el Corpus, día de fiesta grande, cuando el Santísimo salía bajo palio en procesión y los niños preparan su paso echando pétalos de flores por el suelo. Se engalanan fachadas y balcones con los mejores paños y los pueblos y cercas con ramas de chopo cortadas en la vega, como aún se hace en Valsemana.

Era tiempo de preparar la vega para sembrar las tierras frescas de patatas y remolacha, de lúpulo, menta, arvejos y lino, cultivos ahora casi perdidos. Y así se llegaba a san Juan (24 de junio), tiempo de vimar las viñas y esquilar las ovejas. También marcaba la tradición que, por los sanjuanes, se empezaba a segar la hierba de los prados.

Verano

El verano era tiempo de mucha actividad. Había que regar los prados y las fincas de la vega. El manejo del agua, siempre estuvo muy controlado y era vital que puertos y presas se conservaran en perfecto estado. Pero el verano era, sobre todo, tiempo de cosecha. El centeno se segaba por Santiago (25 de julio) y las faenas para separar el grano y paja se prolongaban unas semanas. Con la trilla, la paja se desmenuza. Luego se emplearía para alimentar al ganado, mullir las cuadras y preparar el barro para hacer adobe y tapial. Majar el centeno era duro. Golpe tras golpe para sacar el grano y dejar la paja entera; luego hacer manojos y acarrearlos hasta el pueblo para que sirvieran para preparar bálagos para los cerdos, cuelmos para techar, vencejas para atar o encestados para las costanas… Pero el grano cosechado garantizaba alimento. Se llevaba a la panera de casa para luego ir a molerlo al molino. Con él se amasaría el pan de todo el año y se sembraría siguiente la cosecha.

Durante todo el verano se salía con el ganado en vecera, para ir aprovechando los pastos disponibles. Cada vecino salía por turnos, en función del número de animales que aportara al rebaño común.

Otoño

El otoño era época de recoger los frutos de la tierra: la fruta de los árboles, las avellanas, nueces o castañas, las patatas, la remolacha y las últimas hortalizas de la huerta. Entre la Virgen del Camino (15 de septiembre) y la del Pilar (12 de octubre), era tiempo de vendimia, de recoger la uva y de pisarla para entregar los mostos a la quietud de la bodega. Se podaban los árboles, sobre todo chopos y fresnos, y la hoja se empleaba para complementar el alimento de los ganados. También era tiempo de agradecer la cosecha, y de sembrar el cereal de invierno, que se hacía coincidir con san Mateo (21 de septiembre), aunque la tradición mandaba que el centeno del monte se sembrara entre san Miguel (29 de septiembre) y san Froilán (5 de octubre). El frío ya se hace notar y había que subir al monte a por la leña de roble y encina para las cocinas. Por los Santos y por los Difuntos (1 y 2 de noviembre) se rezaba una novena a las Benditas Ánimas y se acudía al cementerio para honrar a los difuntos.

El ciclo se ha perdido con el abandono de la actividad agraria tradicional. Las estaciones ya no pautan el tiempo y la emigración ha condicionado, en muchos pueblos, que algunas de sus celebraciones hayan sido trasladadas al verano, cuando regresan a casa muchos de los vecinos que ahora viven fuera. Pero las tradiciones siguen vivas y las fiestas, mucho más allá de la mera celebración lúdica, suponen un conjunto de elementos, expresiones y símbolos que han perdurado en la historia y que, generación tras generación, se han ido adecuando a los cambios sociales y estéticos de cada época. Se trata de un patrimonio muy vulnerable que, en muchas ocasiones apenas conservan los más mayores de cada lugar.