Valsemana

Valsemana

Aunque no se puede precisar ni el origen ni el significado del topónimo Valsemana, parece razonable pensar que incluye dos nombres: valle y semana, que en su forma latina literal “Uallem Septimanam”, aparece referido en la documentación medieval. Así ocurre en un documento de 905, donde Valsemana marca el límite del coto del monasterio de San Martín de Cuadros.

Aunque parezca difícil de argumentar, los estudiosos vinculan el nombre con “sama” que describe un curso de agua que discurre por un valle; esta descripción geográfica daría primero nombre al propio valle, para después nominar a un asentamiento emplazado en él.

Valsemana es el único pueblo del municipio que no se ubica en el valle del Bernesga, sino en un valle lateral. Su relativo aislamiento le ha permitido mantener buenos montes de roble y encina y, en cierta medida, su tipología constructiva tradicional, ese sabor propio que en el resto de los pueblos se va diluyendo por la influencia urbana.

El viejo potro de herrar, apenas en pie, habla de un tiempo no tan lejano en que vacas y caballerías resultaban imprescindibles para las tareas del campo. Las bardas de brezo todavía protegen muros y cercas de tapial y testimonian cómo cualquier recurso empleado con ingenio permitía suplir la carencia de medios… y de tecnología. Su iglesia de Santa Eufemia, a las afueras del pueblo, y su ermita de San Antonio, son todavía testigos, año tras año, de las creencias y tradiciones que los vecinos rememoran con motivo de sus fiestas patronales.

Se desconoce el origen de Valsemana, aunque su ubicación haría pensar en un asentamiento ganadero. Durante la Edad Media debió formar parte de las aldeas y territorios dependientes del castillo de Alba, al igual que Cascantes y La Seca, donados después por Alfonso IX a la ciudad de León. En 1753, el Catastro de Ensenada apunta su condición de realengo, cuyos vecinos no pagaban derechos enajenados a la corona. Tras la reorganización municipal del siglo XIX, pasa a formar parte del municipio de Cuadros.

El pueblo bien merece un tranquilo paseo por sus calles y sus montes. El Diccionario Madoz no refleja la bonanza de los mismos, pues apenas refiere su clima frío, la “ínfima calidad” de su terreno, y los montes de roble y brezo. Sus escasos 10 vecinos, que no alcanzan las 40 almas, cultivaban grano, legumbres, patatas y pastos y apenas criaban ganado vacuno. Eso sí, contaban con buena caza, tanto mayor como menor.

Entre el caserío, sobresale la ermita de San Antonio de Padua, patrón del pueblo que, antaño, debió contar con una cofradía. Restaurada hace unos años, ha perdido cualquier referencia al aspecto que pudo tener en el pasado.

Distinta es la situación de la iglesia parroquial, bajo la advocación de santa Eufemia, emplazada en un recoleto rincón del pueblo. Vinculada al monasterio de San Isidoro, estaba integrada en la sede ovetense hasta la reforma de 1954. Es una construcción sólida y vistosa, de aspecto antiguo, como atestigua el arco de medio punto que separa el presbiterio. Aunque a mediados del siglo XX amenazaba ruina, fue recuperada gracias al esfuerzo de los vecinos y reabierta al culto en 1999.