Los robledales
La comunidad de aves del robledal es extensa, ya que el bosque ofrece multitud de recursos, refugio y alimento a este grupo, sobre todo en zonas donde se encuentran árboles maduros, cuyos troncos gruesos y retorcidos ofrecen numerosas oquedades, óptimas para ubicar los nidos.
Durante la noche, no es raro sentir, en el fondo de la espesura, el profundo ulular del cárabo común, la curuxa como es conocido en muchas comarcas de León. Se trata de una rapaz nocturna de mediano tamaño que captura ratones, topillos y otros micromamíferos con asombrosa habilidad. Su papel como predador forestal especializado es ocupado, durante el día, por el azor, un diestro cazador de cuerpo compacto y alas cortas, capaz de los más insospechados requiebros entre las copas de los árboles mientras acosa a sus presas.
El arrendajo se mueve inquieto aquí y allá; muy desconfiado, su presencia se detecta con facilidad gracias a su estridente canto que repite con insistencia cuando siente algún peligro. Sus vistosos colores, entre los que destacan sus tonos blancos negro y azulados en las alas, hacen difícil relacionarle con sus parientes los córvidos, que por lo general son negros.
En los robles añosos no es raro observar al trepador azul, que recorre los troncos cabeza abajo con increíble agilidad. Su cuerpo rechoncho, su corta cola y la franja ocular oscura le hacen inconfundible. Tampoco al agateador común, que trepa por el tronco girando a su alrededor, ayudándose con la cola. Rebuscan larvas de insectos entre la rugosidad de la corteza gracias a su pico largo y curvado.
Un pajarillo muy vistoso es el reyezuelo listado, de pequeño tamaño, fácil de reconocer por el intenso color anaranjado que muestra en el píleo, que contrasta con los tonos negro y blanco de las bandas oculares. El cuco, el cuquiello como es conocido en muchos pueblos, se hace presente con su inconfundible cu-cu, que repite una y otra vez desde lo más espeso del bosque; al igual que la paloma torcaz, con su sonido gutural característico, a modo de arrullos. Se identifica bien por las manchas blancas que muestra en las alas y la franja oscura de su cola.
El mito suele formar bandos familiares más o menos numerosos, que se desplazan en busca de alimento. Su pequeño tamaño puede verse distorsionado por su larga cola, aunque su aspecto rechoncho, con tonos ligeramente rosados le hacen inconfundible. Con él no es raro observar al carbonero común, de característicos tonos verdosos que, en los machos contrastan con un marcado babero negro.