El pinar de Camposagrado

Lorenzana

Aunque perfectamente naturalizado, el pinar de Camposagrado, es una repoblación efectuada alrededor de 1950 con el objetivo de dar una cobertura forestal a zonas de ladera que soportaban una alarmante erosión y la pérdida de suelo. Al cabo de los años el pinar está consolidado y la cobertura que ofrecen los pinos permite la instalación de otras especies más exigentes, como robles, cerezos y serbales que albergan una comunidad parecida a la de un pinar natural.

La especie de pino dominante es el pino silvestre o pino albar (Pinus sylvestris), un pino de montaña que, de forma natural, se extiende por buena parte de los el sistema montañosos que circundan Castilla y León, como el Central y la sierra de Urbión. Se trata de una especie muy resistente, que se adapta bien a condiciones muy diversas, lo que le hace óptimo para este tipo de repoblaciones. Prefiere suelos arenosos, ácidos, como los presentes en estos páramos de Camposagrado, donde ya es posible encontrar pies de buena altura, bien desarrollados.

Sus acículas son finas y alargadas, relativamente pequeñas; crecen densamente en las ramas, lo que propicia un ambiente sombrío en el interior de los pinares. Cada primavera, las yemas que aparecen en el ápice de cada rama se engrosan y permiten que el árbol crezca en altura y en grosor. La corteza de los pinos silvestres maduros es muy característica, gruesa y cuarteada. Sin embargo, en la zona superior del tronco la corteza es muy fina, casi una membrana de característico tono anaranjado, que permite identificar con facilidad a esta especie.

Además del pino silvestre pueden encontrarse también el pino laricio (Pinus pinaster), más propio de climas mediterráneos; en zonas despejadas crecen robles y en los valles más húmedos, algún abedul.

A diferencia de los pinares naturales, en los que aparecen pinos de distintas edades con una distribución de los pies irregular, los pinares de repoblación, como es el de Camposagrado, muestran una distribución homogénea y lineal de sus árboles, y casi todos exhiben un porte similar, dado que su edad es la misma.

Sin embargo, con el paso de los años la estructura de estas plantaciones forestales evoluciona y su aspecto se va naturalizando; a ellos se van incorporando distintas especies propias de la zona y, por la propia dinámica del pinar, se van abriendo claros y zonas despejadas que propician la colonización de otras especies.

Dado que el pinar ocupa en la zona territorios propios del robledal, la comunidad que acompaña al pino es relativamente parecida a la del roble, aunque empobrecida. En las zonas más iluminadas proliferan diversas especies de arbustos y arbolillos espinosos, algunos brezos y tojos que, al florecer en primavera, alegran la monotonía del verde de los pinos con sus mil colores. En determinadas zonas del suelo del pinar no es raro encontrar algunas matas de arándano a las que, con frecuencia acompaña en los taludes, la gayuba, inconfundible por sus flores y bayas de un intenso color rojo y, sobre todo, por conformar densos tapices que se extienden por el suelo.

Pero la orla del pinar es bien distinta en Camposagrado. Allí donde los pinos han desaparecido y se incrementa la luz que llega al suelo, pronto prosperan los brezales con distintas especies de brezo y brecina y otros matorrales de distinto porte, como la carquesa. La orla de la masa arbolada ofrece también distintas comunidades vegetales, que diversifican la riqueza biológica de estos páramos. En los márgenes del pinar están bien representados los brezales, a los que en varias zonas hacia el sur y poniente suceden los últimos vestigios de cultivos de secano en forma de tierras de centeno, a veces con encinas o robles adehesados. No faltan tampoco los tomillares, en los que además de los tomillos, abundan espliegos, cantuesos o lavandas, distintas especies de jaras y jarillas, así como otras plantas aromáticas que atraen a miles de insectos y, con ellos, a multitud de aves insectívoras que se alimentan de ellos.

En primavera, las flores de esta enorme variedad de especies exhiben sus variados colores, y tiñen estos páramos de mil matices generando paisajes de singular belleza, difíciles de ver en otras épocas del año.

En el pinar, la fauna puede parecer inexistente. Nada más lejos de la realidad. Los jabalíes aprovechan la multitud de recursos que ofrecen estos medios, aunque solo se detectará su presencia por sus huellas y, en ocasiones, por los revolcaderos, los charcos donde acuden a refrescarse y limpiar su piel. El corzo aprovecha la espesura, aunque gusta de las zonas más despejadas para pastear. Multitud de ratones, topillos y musarañas viven al amparo de los nutritivos piñones, al igual que las ardillas que, a su vez, sirven de alimento a garduñas, zorros y gatos monteses. Incluso es posible adivinar en los caminos y cortafuegos que cruzan el pinar, la presencia del tejón, inconfundible por sus huellas, a modo de pequeñas manos, o del lobo.

El pico picapinos es habitual de estos bosques; aunque rara vez se observará en vuelo, es fácil detectar el repiqueteo de sus picos sobre los troncos mientras prepara su nido. El piquituerto está muy bien adaptado a vivir entre los pinos. Su pico cruzado facilita la ruptura de los piñones para acceder así a las nutritivas semillas.

Llegado el otoño, los pinares son punto de encuentro para los amantes de las setas. Aunque su aprovechamiento está regulado, a los recolectores de setas se suman en la actualidad multitud de aficionados a la fotografía y curiosos observadores, que buscan esa especie que todavía no han podido descubrir en el fondo de la espesura. Muy apreciados en los pinares son los níscalos (Lactarius deliciosus), aunque son también frecuentes distintas especies de los géneros Boletus, Cortinarius, Hygrophorus, Russula, Morchella o Amanita entre otros, que hacen las delicias de los paladares más exquisitos.