Los Encinares
En una zona de transición entre una la montaña leonesa, marcada por una climatología de influencia atlántica y las llanuras del sur de León, estrictamente mediterráneas, el municipio de Cuadros ofrece enclaves pertenecientes a ambos sistemas.
Una marcada sequía estival y fuertes contrastes térmicos favorecen la aparición de comunidades estrictamente mediterráneas, entre las que los encinares son sus mejores representantes. En el municipio aparecen encinares más o menos desarrollados tanto en los páramos altos que dominan los interfluvios de los valles de los ríos Bernesga y Luna, como en enclaves concretos de los valles, favorecidos por la orientación, la insolación y el tipo de suelo.
Junto a la carretera de Asturias o en el ascenso a Camposagrado se extendieron en el pasado amplios encinares, muy modificados por la acción humana. La deforestación para la obtención de tierras de secano, el intenso pastoreo, el fuego, los aprovechamientos de leñas y la elaboración de carbón vegetal, que en Cuadros se realizaba tanto con leña de encina, como de roble y de urz (brezo), potenció la desaparición de una considerable superficie boscosa. El abandono de estas prácticas tradicionales está facilitando la recuperación de los bosques originarios y ahora pequeñas matas de encina empiezan a rebrotar y crecer con fuerza en estos páramos.
Las encinas de Cuadros perviven en la zona en condiciones muy duras. La especie más abundante es Quercus ilex, un árbol resistente y longevo, de crecimiento lento, con hojas perennes, duras y coriáceas, con abundante pilosidad en el envés que permiten al árbol controlar la deshidratación. Suelen aparecer en orientaciones favorables, a mediodía, donde la insolación es más intensa. Su color verde ceniciento, apagado, las hace inconfundibles. A veces, las hojas dispuestas en las ramas inferiores presentan el borde algo pinchoso; se trata de un mecanismo de adaptación contra el ramoneo de los herbívoros.
La encina florece en primavera. Es entonces cuando los árboles adquieren un tono amarillento, debido a las flores masculinas que se agrupan en largos amentos colgantes. Las flores femeninas son mucho menos vistosas. De ellas crecerán las bellotas, de forma ovoide y un corto pedúnculo, que maduran en otoño.
Pero las encinas no crecen solas; el sotobosque que las acompaña es también de marcado carácter mediterráneo. Muchas de las especies son plantas tradicionalmente aprovechadas por el hombre por sus propiedades aromáticas, medicinales y culinarias como tomillos, lavandas, romero, etc… No faltan tampoco plantas leñosas, como las jaras, que en los días de más calurosos liberan sus aromas e impregnan el monte de un inconfundible y penetrante olor. Otras especies como el torvisco, si no se emplean con precaución, pueden resultar tóxicas; sus características hojas apuntadas y sus frutos redondos y anaranjados le hacen inconfundible. En primavera, cuando las flores de las distintas especies despliegan sus tonalidades, se generan paisajes de singular belleza, que se completan con la multitud de especies de brezos y brecinas que prosperan también en estos páramos.
La fauna del encinar se ha adaptado también a las condiciones que ofrece el medio. Los insectos son abundantes, grillos, saltamontes, chicharras, amenizan las tardes calurosas con su característico sonido mientras ventilan sus patas y alas. Las abejas aprovechan la floración y la diversidad de especies; el hombre ha sabido rentabilizar su trabajo y obtener un valioso recurso en forma de cera y miel.
La abubilla, de vistosos tonos ocres, blancos y negros y su característico penacho sobrevuela inquieta su territorio, alertando de cualquier eventualidad con su singular canto. El jabalí aprovecha en otoño las nutritivas bellotas, igual que hacen ratones de campo, lirones caretos y topillos, que a su vez sirven de alimento a otras especies poco sensibles a la presencia humana, como el zorro o la comadreja.