La Seca de Alba
Controvertido resulta el nombre de La Seca. Podría derivar de los términos latinos “siccare” y “siccum”, secar y seco, en alusión a zonas que podrían haber sido desecadas hace siglos. Otros autores piensan que La Seca haría referencia a un antiguo hidrónimo de origen prerromano, que describiría un curso de agua, lo que, dada su proximidad al río, podría resultar viable. Seca también indica un banco de arena no cubierto por el agua, que podría entenderse como un brazo desecado del río ¿Quién sabe?
Las primeras noticias escritas de La Seca se remontan a unas donaciones que Alfonso III otorga, en 906 a la sede ovetense, en las que se refiere “Sanctus Martines de Illa Sicca”. Desde entonces, son varias las ocasiones en que la localidad aparece en la documentación medieval, tanto en su forma “Illa Sicca”, como “Illa Secca” e “Uilla Seka”.
Desde la Alta Edad Media, La Seca se integraba en el concejo de Alba, junto a Valsemana y Cascantes, ahora también en el municipio de Cuadros, y La Robla, Alcedo, Llanos y Sorribos, en su vecino La Robla. En 1377 existía en La Seca una cofradía del Rosario, que contaba con varias posesiones en el pueblo, al igual que la Orden de Malta y varios conventos de León.
El pueblo se sitúa al pie del camino jacobeo de San Salvador, aunque al otro lado del río, junto a un puente. Se tiene constancia de la existencia de un hospital de peregrinos, del que no queda nada, salvo una talla en piedra, muy deteriorada, que adorna el dintel de un arco de medio punto en el portón de acceso a una casa. Representa a san Martín partiendo su capa para compartirla con un pobre. La presencia de la Orden de Malta en la localidad se vincula también al camino de Santiago, ya que estas Órdenes militares tenían encomendada la atención a peregrinos y la protección de los caminos.
Como las otras localidades del municipio, sus habitantes han vivido tradicionalmente de la agricultura y la ganadería. El Diccionario de Madoz menciona que el pueblo se ubica en una zona llana, con un clima bastante sano, con abundante agua de buena calidad. En 1850 tenía 25 casas y 104 almas, con escuela de primeras letras. Declara la producción de granos, legumbres, patatas, lino, frutas, hortalizas y pastos y, a diferencia de otros pueblos, apenas menciona que cría ganados y tiene alguna caza y pesca. Entre las ocupaciones tradicionales de los habitantes de La Seca estaba también la elaboración de carbón vegetal, que se vendía en el mercado de León.
La actual escuela es una construcción de 1920, ampliada en 1945. Responde a la tipología constructiva local, a base de canto rodado trabajado y ensamblado con cal y arena. Contaba con dos aulas en la planta inferior y en la superior las viviendas de los maestros.
En el centro del pueblo se levanta la ermita de San Blas, el santo intercesor y protector de la garganta. Es una bonita construcción con una curiosa espadaña lateral, que alberga una campana. El día de su fiesta, congrega a gran número de vecinos y devotos de toda la comarca. Aunque san Blas se festeja en febrero, en la Seca el santo se saca en procesión en verano, coincidiendo con la fiesta del verano, lo que permite a muchos vecinos que están fuera, participar en los distintos actos que se organizan.
También la iglesia ha cambiado su aspecto en los últimos años. La original tenía planta de cruz latina, con un portal de acceso empedrado. A sus pies se levantaba una vistosa espadaña, con una escalera que daba acceso a las campanas, una grande y otra pequeña, de las que los vecinos cuentan que, al sonar, se escuchaban en toda la comarca. La iglesia fue derribada en la década de 1970 para edificar la actual, una construcción moderna, en la que sobresale una torre de hierro donde se mantienen dos campanas. Custodia unas tallas de san Martín, de san Blas y de la Virgen del Rosario. Las dos tallas románicas de la Virgen que estaban en la vieja iglesia, se depositaron en el museo diocesano de León.
De propiedad privada, en el pueblo se conserva un antiguo molino de dos piedras que obtenía su fuerza del agua de la presa La Peral. Y una vieja fragua en desuso, que refleja también los últimos años de pervivencia de una forma de vida ya desaparecida.