Los Robledales

Lorenzana

Los robledales pueden considerarse la formación boscosa más abundante y extensa del municipio de Cuadros. La especie dominante en ellos es el roble melojo o rebollo (Quercus pirenaica), con ejemplares de distintas edades aunque son más comunes los individuos de varias decenas de años, que rebrotan con fuerza de cepa al disminuir la fuerte presión a que el hombre los ha sometido desde siempre. Aun así, en vallejos recogidos y zonas poco frecuentadas, como en las laderas de acceso a Valsemana, pueden encontrarse algunos ejemplares de buen porte que ofrecen refugio a numerosas especies.

Muy querencioso por sustratos ácidos, el rebollo es un roble de hojas grandes y profusamente lobuladas, recubiertas de pelillos blanquecinos que les dan un aspecto aterciopelado, algo rojizo, cuando al comenzar la primavera, los brotes despuntan en las ramas. Se caracteriza por mantener en las ramas las hojas secas durante todo el invierno, en una adaptación que los botánicos denominan marcescencia.

La floración del roble suele ser tardía, a final de primavera. Las flores masculinas crecen en amentos colgantes, mientras que las femeninas suelen ser solitarias o se disponen en pequeños grupos en las axilas de las ramas más jóvenes. Las bellotas son gruesas y crecen sobre un pedúnculo corto y fuerte. Aparecen solas o en pequeños grupos de dos o tres y maduran ya mediado el otoño.

En el sotobosque del robledal prosperan multitud de pequeñas plantas, como el narciso (Narcissus triandrus) o el diente de perro (Erythronium dens-canis) que florecen a principios de primavera, antes que las hojas de los robles ensombrezcan en suelo del bosque.

Especialmente vistosos resultan los líquenes que pueblan ramas, tronco e incluso el suelo del robledal. Algunos se adhieren a la corteza y crece muy pegados a ella, como láminas verdes con numerosas divisiones; otros cuelgan de las ramas, a modo de largas barbas, de las que reciben su nombre (Usnea barbata); otros manifiestan sus órganos reproductores en forma de pequeñas trompetillas erguidas que, por lo general pasan desapercibidas para los ojos poco expertos. Pueden pasar largos periodos latentes, para prosperar tras las lluvias, cuando tienen las condiciones óptimas para su desarrollo. Los líquenes se consideran indicadores de una buena calidad ambiental.

En la actualidad no resulta raro encontrar matas de roble entre las repoblaciones de pino plantadas en diversos puntos del municipio. Ello es debido a que el robledal es la vegetación propia de estos terrenos y, allí donde los pinos no encuentran las mejores condiciones, en los bordes del pinar o en los claros abiertos en su interior al caer algunos pinos, el roble recupera en pocos años su lugar, gracias a su enorme capacidad para rebrotar de cepa. En sus primeros años de crecimiento, muchos de estos bosquetes muestran una gran densidad y recuerdan más a arbustos que a verdaderos árboles. Solo cuando empiezan a desarrollar sus troncos, adquieren su verdadero aspecto.

El robledal es un bosque que alberga una enorme diversidad biológica. El suelo, por lo general, está bien desarrollado, lo que propicia la presencia de numerosos invertebrados como ciempiés, milpiés, escolopendras, etc., así como numerosos microorganismos que juegan un papel vital en el ciclo de nutrientes en el bosque. Los insectos son muy abundantes; algunos se alimentan de las hojas del roble, como algunas orugas de las mariposas que pueden originar verdaderas plagas. Otros, como las avispillas, pican las ramas para depositar sus huevos; el roble se protege generando una excrecencia, las conocidas agallas.

Las aves forestales son abundantes. Es fácil ver entre los robles al arrendajo, un cuervo forestal al que detectaremos por sus sonoros graznidos; el trepador azul se dejará ver recorriendo los troncos en posturas imposibles y el azor cazará entre el ramaje con habilidad insospechada.

El corzo es habitante frecuente del bosque. Extremadamente esquivo, pasa gran parte del día en sus camas, que con frecuencia disponen bajo el tronco de un roble; solo a primeras horas de la mañana o al atardecer, salen a pastear a zonas despejadas, sin bajar en ningún momento la guardia. Difícil de ver si no se anda con sigilo, su presencia se detecta sin embargo, con facilidad, gracias a los montones de excrementos y a los abundantes rastros que dejan en pistas y caminos. Durante el celo, entre junio y agosto, también son delatados por el ronco “ladrido” que emite el macho mientras marca su territorio.

La presión humana sobre el robledal ha sido intensa. Además de para leña o para la obtención de carbón, la madera de roble era muy apreciada para construcción y para numerosos usos y elementos domésticos, por ser dura y resistente. La corteza del roble es rica en taninos, por lo que se empleaba como curtiente y como tinte. Tiene también propiedades antisépticas y es un buen cicatrizante. Los robledales padecieron históricamente el peso del hacha y del fuego, por lo que se vieron muy alterados, llegando incluso, en muchas zonas, a desaparecer casi por completo, siendo sustituidos por brezales. En la actualidad, y gracias a su intensa capacidad de rebrotar de cepa, están recuperando parte de su antigua extensión como consecuencia de los cambios de uso del suelo y del abandono de las prácticas tradicionales.